Camino bajo las luces navideñas recién inauguradas, todavía sin encender pero adivinándose su brillo por sus alegres colores. La ciudad se disfraza de blancas y bondadosas intenciones, cómo todos los años lo “amoroso” parece inundarlo todo.
Sigo caminando con una incipiente desazón que oprime mi estómago y poco a poco va subiendo hacia mi garganta , esa “familiar” sensación de todos los años, inevitable e insufrible ante el sinsentido de la “crueldad”, justificada por el nacimiento del “amor universal” en forma de angelical niño, nacido en un pesebre al calor de una mula y un buey.
Entro por fin! en el mercado, adornado con verdes guirnaldas y rojos lazos ribeteados de oro…la angustia empieza a atenazarme...ese conocido terror que me paraliza.
En una vitrina con una manzana en la abierta boca, un pequeño lechón me mira con sus vidriosos ojos sin vida. La enorme herida que atraviesa su vacío vientre acaba en el grotesco lazo que ciñe su cuello, hasta hace poco receptor de la cálida leche materna antes de que fuera “matado” con pocos días de vida.
Los amontonados cangrejos y bogavantes ante la alegría y satisfacción de los “clientes”, mueven sus tentáculos en desesperados y agónicos intentos por encontrar la humedad del mar… la espuma de las olas chocando entre las rocas.
Unas preciosas y coloridas aves de largas plumas cuelgan de unos ganchos por el atravesado cuello o expuestas en “petrificada animación” simulando una vida inexistente, un falso ambiente bucólico entre cálida paja y toscas cerámicas.
Siento mareo y nauseas!... cómo cuando era pequeña y preguntaba a mi padre el por qué de tanta muerte… “para celebrar la vida”.
Fuente: Chyspis
http://garrulussanguinarium.blogspot.com/
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